29 junio 2009

El salto del ángel.
























Julián envía un e-mail en contestación al de Juan, es bastante escueto:
"Ha sido un placer conocerte este fin de semana. No es común que dos personas, desde el minuto cero, se entiendan tan bien, que haya buena comunicación, tanta atracción, y que el sexo sea tan placentero. Es una pena que no vivas aquí".
Ese es el punto de partida, a partir de ese momento Juan tira ese muro que se ha creado como forma de protegerse, y se lanza a la piscina de cabeza, desde un trampolín alto dando una pirueta antes de entrar al agua.
"Te mando fotos mías para que no se te olvide mi cara, a mi me pasa que tengo una memoria visual a muy corto plazo".
Días más tarde, Julián recibe una llamada en su móvil desde un número internacional:
-¿Hola?
-Hola, ¿qué tal? Soy Juan, me apetecia escucharte.
Inician una conversación de una hora, que se repite a lo largo de los días. En esas horas de conversación van asomando tímidamente las cartas de póker, y poco a poco se vuelve un juego más descarado.
Empiezan a planear un nuevo encuentro, Juan le propone visitar a Julián para su cumpleaños, un mes más tarde. Necesita la confirmación. Julián aprovecha el sábado por la mañana para llamarlo dándole la confirmación que Juan necesita. Vuelven a conversar por más de una hora, y en esas conversaciones cada uno transmite al otro como es su vida, su día a día, sus respectivas cotidianeidades. Juan recibe esa llamada como un impulso, la llamada potencia esa sensación de seguir conociendo al otro, y el otro se siente especial por conseguir el interés de Juan hasta el punto de que viaje 2.266 km para verlo solo un fin de semana, el de su cumpleaños.
Queda un mes por delante, en el cual mantendrán el contacto a través de Skype, sustituyendoo la factura telefónica por videoconferencias eternas, en las que ambos empiezan a desnudarse interior y exteriormente. Julián visita virtualmente el hogar de Juan, éste comparte sus libros, sus objetos de decoración que ha ido adquirendo en sus frecuentes viajes por Asia, muestra su ropa interior, sus bañadores, incluso el armario profesional, trabaja en la central de una empresa multinacional a la que acude con trajes sobrios, con un toque moderno, camisas de color liso y corbatas lisas o rayadas, imagen que a Julián le resulta muy sugerente, sexy.
La pantalla del portátil se convierte en la ventana de comunicación entre ambos mundos, tan diferentes y parecidos a la vez.
Aprenden a mirar a la cámara cuando se transmiten el cariño que ya ha comenzado a emerger, es algo recíproco, aprenden a hacer zoom cuando hablan de sentimientos, a reír delante de un ojo que todo lo capta, y construyen un ritual diario de llamarse para desearse las buenas noches, conversaciones que siempre se alargan irremediablemente.
Los días van pasando y se acerca la fecha del reencuentro.

14 junio 2009

Invisible en el gimnasio


Últimamente mi amigo invisible me visita poco, pero entiendo que está en un momento dulce de su vida, conoció a un chico con el que ha iniciado una relación, y a todos nos pasa que en el comienzo de las relaciones nos volcamos en ella, y queremos pasar todo el tiempo posible junto al objeto de nuestro ardor.
A mi me alegra mucho ver que está feliz y contento, le hacía falta algo así después de una temporada de traspiés. El hecho de ser invisible no quita para que sea una persona que necesita tener alguien a su lado, pues es de los que les gusta vivir en una relación, y estando soltero se siente perdido.
Solo coincidimos con la rutina del entrenamiento que, por suerte, no ha abandonado. Por suerte para mi, porque así no entreno solo, y por suerte para su pareja, que disfrutará de los resultados del entrenamiento.
De vez en cuando le llamo al orden diciéndole que hay que simultanear el tener una relación, con mantener las amistades, pues la vida se compone de una serie de pilares, y los amigos son uno de los pilares que mejor nos sustentan. Él me escucha, pone la misma cara que yo pondría intentando leer un libro en arameo, y luego sigue con la conversación que corresponda. Como sé que de donde no hay no se puede sacar, no se lo tengo en cuenta, pero me quedo muy a gusto después de decírselo.
El otro día, en el gimnasio, estábamos entrenando triceps en la polea, como son pocas, cuando la pillamos libre la acaparamos para hacer todos los ejercicios de ese día, antes de perder el turno. Siempre hay alguien que viene a preguntar cuánto nos queda para dejarla libre. Ese día se nos acercó Jesús, un chico que suele hablar con nosotros, y me pregunta por mi dieta y programa de entrenamiento, para contrastar con lo que él hace. Un día, hablando, mencionó el hecho de que tiene un hijo, yo sabía que tenía novia, pero no que era padre, y entre ejercicio y ejercicio me enseñó la foto del niño que llevaba en el móvil. Cuando lo vi no pude evitar decirle que era muy guapetón (realmente lo era) y me hizo gracia darme cuenta de como cambia uno depende de con quien hable. Al tio hetero del gimnasio le dije que su hijo era muy guapetón, cuando a mis compañeras de trabajo, cuando me enseñan las fotos de sus hijos les digo que sus hijos son "monísimos". Quiero pensar que cambio mi registro dependiendo de con quien hable, y que eso, como decía mi profe, es tener cultura y educación: adaptar tu vocabulario al receptor con el que te comuniques.
Jesús se acercó con la intención de saber cuánto nos quedaba en la polea, pero en vez de preguntar eso, lo que dijo fue:
- Pregúntame algo (a modo de saludo).
A mi amigo invisible, como le pilló desprevenido la pregunta no se le ocurrió otra cosa que contestar con una broma que solo él y yo, y cualquier rubia de película americana entendería:
- ¿Qué shampoo usas?
En ese momento nos dio el ataque de risa a ambos, mientras Jesús ponía la cara de hetero que no se entera de la broma, pero que sabe que nos estamos riendo con él. Desconcertado, decidió hacer como si no hubiera escuchado la pregunta, e ir a lo suyo.

13 junio 2009

En la orilla


Camino al atardecer por la orilla de mi alma, pequeñas olas lamen mis pies, no puedo evitar girar mi cabeza para ver lo que ha quedado atrás, pero no tengo miedo a convertirme en una estatua de sal.
Hormigas recorren mi orilla, estelas de huellas que longitudinalmente dibujan tramos de tiempo.
Muy a lo lejos veo la orilla lisa, virgen, sin marcas, sin pisadas, sin piedras ni deshechos marinos.
A menor distancia comienzo a ver huellas, esparcidas aquí y allá, que solo han dado un par de pasos sobre ella.
A medio camino veo pisadas que recorren un gran tramo de esta orilla, sobre la que han permanecido muchos pasos, casi todos en línea recta, con alguna curva, algún desvarío, y que han ayudado a construir esta playa en la que me encuentro.
Algunas huellas son profundas, se hunden en la árena húmeda excavando grandes huecos que difícilmente podrán rellenarse. Entre éstas, las hay que recorren un gran tramo, otras solo unos metros, pero siguen siendo igual de profundas.
Otras son leves, casi no se aprecian, ya han sido borradas por el paso del tiempo y la erosión, o están a punto de desaparecer.
Hileras de pisadas que se suceden unas a otras sin simultanearse, entremezcladas con espacios en blanco, tramos de tiempo vacíos. Giro mi cabeza hacia adelante, sigo caminando entre las olas, unos metros por delante bajo la mirada y leo un nombre escrito en la orilla.
Levanto la vista al frente y por delante la arena está recién lavada por las olas, sin una marca, sin una huella, sin una pisada, preparada para ser horadada por nuevos andares.

07 junio 2009

Una cálida noche malagueña


La noche de esa fría tarde suiza acaba saliendo, no es habitual que salga un viernes, y aún menos que lo haga por Málaga, pero está invitado al cumpleaños de un amigo y le apetece salir de la rutina. Se viste con un polo gastado, vaqueros y sus deportivas más nuevas, llega a Reinas cuando el local está aún medio vacío, se encuentra con Alejandro, el chico del cumpleaños y lo felicita, 22 añitos, ¡que yogurín!, pero un tío muy atractivo con la cabeza muy bien amueblada. Se alegra de haberle presentado a Diego, tienen una incipiente relación recién estrenada, y parece que encajan bien, piensa que quizás tenga más facilidad para buscar pareja a los demás que para si mismo.
Se pide una cerveza y mientras charla animadamente ve pasar una figura conocida, es el chico de la playa, ¡qué raro!, lo ubicaba en Marbella en lugar de Málaga, viste una camisa y tejanos negros, y zapatos (ese detalle le despista, últimamente no se suelen ver zapatos en locales de copas) y regresa la inquietud de esa tarde, pues el chico se sitúa justo enfrente de él.
Durante la conversación lo pierde de vista, pero unos minutos más tarde el chico regresa con una copa, ahora no lleva la camisa, sino una camiseta lisa blanca, cuello uve, muy ceñida, que le marca la bonita figura que tiene. Nuestro protagonista no puede evitar seguir mirándolo, decide que esa noche no va a perder la ocasión de acercarse, y mientras ese pensamiento le cruza la cabeza ve que el chico le mira y le sonríe, con una sonrisa amplia y franca, como diciendo : "tú eres el chico de la playa de hoy, te he reconocido".
Acaba la conversación en la que se encontraba, espera unos minutos y se dirige al chico sin pensar, sin preparar una frase, es lo mejor, como lo piense acabará cagándola, no está muy ducho en eso de entrar a la gente:
- Hola, ¿te has quemado la espalda? Qué difícil es poner protección en la espalda, podías haberme pedido ayuda.
- No, he tenido cuidado y no me he quemado, pero ¿cómo te iba a pedir ayuda si no te conozco?
- Es cierto, me llamo Julián, ¿y tú?
- Yo me llamo Juan-y alarga la mano para estrechársela en lugar de los convencionales besos.
Unos minutos más tarde ya sabe que el chico nació en Madrid, lleva siete años viviendo en Suiza y está de puente en Málaga, donde reside su familia. Julián pensaba acercarse un momento a conocerlo, y regresar junto a sus amigos, pero ve a Juan predispuesto a la conversación y prefiere no interrumpirla, sus amigos entenderán las circunstancias, pues ya les había contado que había visto a ese chico en la playa y se había quedado colgado de él, aunque éste no le mostró interés.
Después de un buen rato de animada conversación le propone acercarse al grupo de sus amigos, Juan acepta y le presenta a los más allegados, a los que saluda estrechando la mano, algo que les desconcierta por lo poco habitual del saludo entre chicos gays en un local de ambiente. Pide una cocacola para Juan y su segunda cerveza, bailan un poco al ritmo de la música y siguen la conversación. Una hora después, a Julián le gustaría irse con Juan a casa, al preguntarle si quiere ir a otro sitio el otro contesta que lo que quiere es estar con Julián, así, a gusto. A Julián le desconcierta esta contestación pues no está acostumbrado a esa naturalidad, lleva tiempo jugando al juego de la seducción y entre los códigos no está el mostrar interés abiertamente, y aún menos que ese interés no esté centrado en la práctica sexual exclusivamente. Se da cuenta de que tiene que bajar el ritmo, que este chico no quiere prisas, y que quizás ni siquiera sea sexo lo que busca, así que cambia su propio esquema y se relaja, disfrutando de la conversación, intentado resolver todas las incógnitas que Juan ha creado en su cabeza a lo largo de los años de encontrárselo en la playa.
Cuando en el local no cabe ni un alfiler propone seguir la marcha en Torremolinos, salen a la calle, caminan mientras Juan le cuenta cómo es la ciudad que le adoptó, Zurich, y cómo es su vida allí, Julián se siente muy cómodo a su lado, parece que se conocieran de antes por la naturalidad con que la conversación fluye, no hay que hacer esfuerzos para continuarla. Se sorprende a si mismo pues nota que no necesita intentar gustar, no necesita contar lo mejor de si mismo, ni maquillar ni adornar nada, se siente seguro de quién es, y de su propia vida, y eso hace que se abra más y muestre su interior sin tapujos, sin miedo. Llegan al coche de Julián, a Juan le parece muy grande, a Julián no le gustan los coches pequeños, acerca al otro a su coche y conducen en fila india hasta llegar a Torremolinos. Después de aparcar entran en un local, pero está vacío, de camino al otro Juan coge de la mano a Julián y ambos se sienten raros, es el primer contacto que tienen, más allá de algún roce en la cintura mientras hablaban en el bar, pero se sienten a gusto. Piden una copa y siguen charlando junto a la barra, en un silencio ambos se miran, y entienden que ha llegado la hora de darse el primer beso, con lo que se aseguran de que hay un interés más allá del amistoso. Se besan por un rato, Juan huele a un perfume dulce, intenso, y en las caricias Julián percibe la firmeza de su cuerpo, un abdomen liso, unos pectorales trabajados y una piel suave, muy suave, los sentidos están alerta captando toda la información posible.
Los dejamos así, besándose, y nos retiraremos en silencio, sin hacer ruido, para no estropear ese momento de intimidad que surge en el primer beso de toda historia. Dejemos que fluyan las sensaciones y que la naturaleza ejerza su influencia en los instintos y en la química de las personas.