Está anocheciendo, las tardes ya se van alargando porque son cerca de las siete y aún hay luz. El cielo es uniforme, arañado sólo por líneas de nubes que parecen haberlas hecho con regla, unos trazos muy finos y muy rectos entre los que se pueden distinguir las hebras algodonosas.
Dando un paseo mientras escuchaba música he encontrado en mi Ipod el álbum de Lauryn Hill, The miseducation of Lauryn Hill. Hacía siglos que no lo escuchaba, lo he puesto con ansiedad y, en cuanto han empezado a sonar los acordes, me he trasladado al año 1999 o 2000. Le regalé este álbum a Jorge para su cumpleaños, me sentía orgulloso de que le gustara esta música, después de haber sufrido en silencio su afición a Estopa.
Recuerdo la primera vez que lo vi, era verano, me estaba recuperando de uno de mis habituales resfriados, necesitaba salir de casa pero no podía con el calor del sol en la playa, por lo que me refugié en un centro comercial. Escogí uno aleatoriamente, no tenía nada que comprar, nada que hacer. Estaba almorzando en un restaurante cuando lo vi pasar, caminando a todo lo largo del enorme pasillo, no pude levantar mis ojos de él ni por un segundo, él ni siquiera se dio cuenta de mi existencia.
La segunda vez me lo encontré en el Torero, un bar de moda de aquel entonces, lo vi con su novio y me entristecí, no solía sentirme atraído por alguien con tanta intensidad.
La noche que lo conocí, meses después, me habló de esa relación anterior que ya había acabado, yo no podía creer tener tanta suerte.
Una de las cosas que me enamoró de él fue su perfume, su perfume natural, le quitaba los calcetines y me envolvía un aroma a limpio y a fresco contra el que no me podía resistir. Nunca fui muy aficionado a los pies, pero los suyos, tan bonitos y con ese aroma, no podía evitar besarlos, acariciarlos con mi lengua. Tenía (y sigue teniendo) un culo poderoso, le llamaban pato por tener un culo bien puesto, no excesivamente grande, pero muy redondeado y respingón, que realzaba cualquier vaquero que se pusiera. Moreno, pelo negro, ojos marrón oscuros bordeados de pestañas tan negras como su pelo, y unos labios carnosos, grandes, muy morbosos. Como decía antes, físicamente me enamoró ya mucho antes de conocerlo en persona, pues ejercía una poderosa atracción sobre mi.
La primera vez que nos fuimos a la cama no podía dejar de mirarlo, no me creía que este fuera el mismo chico que me había visto en el centro comercial, no me creía que pudiera ser tan afortunado.
Me siento en el primer banco que encuentro y cierro los ojos dejándome llevar por el ritmo de Zion. De nuevo me encuentro en la habitación de la casa que compartíamos Jorge y yo, con las velas que me gustaba encender para ambientar el dormitorio, una sobre la cajonera alta, otra en una esquina, y otra en la mesita de noche. Me veo a mi mismo desnudándolo, acariciando los rizos de sus piernas, su pubis anidado en mis dedos, su pecho poco poblado, besando sus labios prominentes, le miro a los ojos y me veo en el reflejo de su brillo, lo vuelvo de espaldas para lamerlo de arriba abajo, entreteniéndome en su culo bien firme, disfrutando de su aroma, penetrándolo. Atrapo de nuevo uno de esos momentos, lo vuelvo a vivir, ¿se puede vivir de los recuerdos? Hay épocas en mi vida que prefiero nutrirme de los buenos recuerdos que arriesgarme a nuevas experiencias, y nunca, nada de lo que viva, podrá borrar la intensidad de esos sentimientos. Sé que volveré a enamorarme, pero estoy seguro que la intensidad de lo que he vivido no podrá superarse, sólo podrá repetirse, aunque sea con una persona diferente.
Este álbum es la banda sonora de nuestro amor, porque se fue fortaleciendo al ritmo de sus melodías, disfrutamos de horas de sexo con esa música de fondo, y siempre quedará en mi recuerdo nuestro amor como una de las mejores historias de mi vida. Como ese álbum, que para mi es uno de los mejores de la historia de la música.
Con Jorge conviví poco tiempo, pero quizás por eso mismo la ruptura fue más dura, porque quedaron muchas etapas sin vivir, no hubo un declive, no hubo un engaño, no hubo un deterioro progresivo que nos hiciera pensar que ya era irreparable. Sólo unas diferencias en la convivencia y cierta incompatibilidad que, con la perspectiva del tiempo, estoy seguro que podríamos haber pulido si hubiéramos puesto de nuestra parte. Pero éramos tan jóvenes, creíamos que el mundo estaba lleno de personas como nosotros, que nos sustituiríamos mutuamente con facilidad.
Después de él, no pude conocer a nadie al menos en un año, no era capaz de acercarme a otros labios.
Creo que estas cosas pasan solo una vez en la vida, y a mi ya me ha pasado.