19 enero 2010

To Zion

Está anocheciendo, las tardes ya se van alargando porque son cerca de las siete y aún hay luz. El cielo es uniforme, arañado sólo por líneas de nubes que parecen haberlas hecho con regla, unos trazos muy finos y muy rectos entre los que se pueden distinguir las hebras algodonosas.
Dando un paseo mientras escuchaba música he encontrado en mi Ipod el álbum de Lauryn Hill, The miseducation of Lauryn Hill. Hacía siglos que no lo escuchaba, lo he puesto con ansiedad y, en cuanto han empezado a sonar los acordes, me he trasladado al año 1999 o 2000. Le regalé este álbum a Jorge para su cumpleaños, me sentía orgulloso de que le gustara esta música, después de haber sufrido en silencio su afición a Estopa.
Recuerdo la primera vez que lo vi, era verano, me estaba recuperando de uno de mis habituales resfriados, necesitaba salir de casa pero no podía con el calor del sol en la playa, por lo que me refugié en un centro comercial. Escogí uno aleatoriamente, no tenía nada que comprar, nada que hacer. Estaba almorzando en un restaurante cuando lo vi pasar, caminando a todo lo largo del enorme pasillo, no pude levantar mis ojos de él ni por un segundo, él ni siquiera se dio cuenta de mi existencia.
La segunda vez me lo encontré en el Torero, un bar de moda de aquel entonces, lo vi con su novio y me entristecí, no solía sentirme atraído por alguien con tanta intensidad.
La noche que lo conocí, meses después, me habló de esa relación anterior que ya había acabado, yo no podía creer tener tanta suerte.
Una de las cosas que me enamoró de él fue su perfume, su perfume natural, le quitaba los calcetines y me envolvía un aroma a limpio y a fresco contra el que no me podía resistir. Nunca fui muy aficionado a los pies, pero los suyos, tan bonitos y con ese aroma, no podía evitar besarlos, acariciarlos con mi lengua. Tenía (y sigue teniendo) un culo poderoso, le llamaban pato por tener un culo bien puesto, no excesivamente grande, pero muy redondeado y respingón, que realzaba cualquier vaquero que se pusiera. Moreno, pelo negro, ojos marrón oscuros bordeados de pestañas tan negras como su pelo, y unos labios carnosos, grandes, muy morbosos. Como decía antes, físicamente me enamoró ya mucho antes de conocerlo en persona, pues ejercía una poderosa atracción sobre mi.
La primera vez que nos fuimos a la cama no podía dejar de mirarlo, no me creía que este fuera el mismo chico que me había visto en el centro comercial, no me creía que pudiera ser tan afortunado.
Me siento en el primer banco que encuentro y cierro los ojos dejándome llevar por el ritmo de Zion. De nuevo me encuentro en la habitación de la casa que compartíamos Jorge y yo, con las velas que me gustaba encender para ambientar el dormitorio, una sobre la cajonera alta, otra en una esquina, y otra en la mesita de noche. Me veo a mi mismo desnudándolo, acariciando los rizos de sus piernas, su pubis anidado en mis dedos, su pecho poco poblado, besando sus labios prominentes, le miro a los ojos y me veo en el reflejo de su brillo, lo vuelvo de espaldas para lamerlo de arriba abajo, entreteniéndome en su culo bien firme, disfrutando de su aroma, penetrándolo. Atrapo de nuevo uno de esos momentos, lo vuelvo a vivir, ¿se puede vivir de los recuerdos? Hay épocas en mi vida que prefiero nutrirme de los buenos recuerdos que arriesgarme a nuevas experiencias, y nunca, nada de lo que viva, podrá borrar la intensidad de esos sentimientos. Sé que volveré a enamorarme, pero estoy seguro que la intensidad de lo que he vivido no podrá superarse, sólo podrá repetirse, aunque sea con una persona diferente.
Este álbum es la banda sonora de nuestro amor, porque se fue fortaleciendo al ritmo de sus melodías, disfrutamos de horas de sexo con esa música de fondo, y siempre quedará en mi recuerdo nuestro amor como una de las mejores historias de mi vida. Como ese álbum, que para mi es uno de los mejores de la historia de la música.
Con Jorge conviví poco tiempo, pero quizás por eso mismo la ruptura fue más dura, porque quedaron muchas etapas sin vivir, no hubo un declive, no hubo un engaño, no hubo un deterioro progresivo que nos hiciera pensar que ya era irreparable. Sólo unas diferencias en la convivencia y cierta incompatibilidad que, con la perspectiva del tiempo, estoy seguro que podríamos haber pulido si hubiéramos puesto de nuestra parte. Pero éramos tan jóvenes, creíamos que el mundo estaba lleno de personas como nosotros, que nos sustituiríamos mutuamente con facilidad.
Después de él, no pude conocer a nadie al menos en un año, no era capaz de acercarme a otros labios.
Creo que estas cosas pasan solo una vez en la vida, y a mi ya me ha pasado.


16 enero 2010

Asustando a las gaviotas


Acabo de ver Mapa de los sonidos de Tokyo, y creo que Coixet aún no ha podido superar Mi vida sin mi. Una película muy visual que a mi me ha resultado lenta, la historia en sí tampoco me ha parecido interesante, creo que lo mejor de la peli es darme una vuelta por la ciudad de Tokyo, que tanto conozco en mi imaginación a través de las novelas de Murakami.
En algún momento, y no sé por qué me ha recordado a un día de hace casi siete años, festivo para mi, en el que un amigo iba a cocinar su especialidad en mi casa; antes de que llegara había estado tomando el sol en la terraza con mis vecinos, y cuando llegó lo recibimos en nuestros minibañadores, parecíamos un video de Wham.
Después de comer se reunió con nosotros el chico al que estaba conociendo, y me sentí un poco avergonzado. Me avergonzaba de que mis amigos pudieran avergonzarse de él, pues cuando llegó directamente del trabajo venía con un pantalón de chándal feo, y todo él estaba sucio de pasarse toda la mañana limpiando (era su trabajo).
Era la primera vez que me enfrentaba a las diferencias sociales desde una posición superior: nosotros unos tíos acomodados con unos trabajos estables (administrativos, profesores...), él un inmigrante recién llegado (todavía ilegal) que limpiaba para ganarse la vida. Me preocupaba que nuestra situación acomodada pudiera hacerle sentir incómodo, o que mis amigos le hicieran avergonzarse de su situación. Me sorprende que su situación no me importara en absoluto; siendo honestos, todos soñamos con que nuestra pareja tenga solvencia, un trabajo interesante, en definitiva, que el halo de sus logros nos cobije y nos haga olvidar nuestros fracasos. En el caso de aquel chico, tenía que verlo desde el ángulo opuesto, desde el otro lado del espejo, iba a ser yo el que ofreciera esa estabilidad y apoyo a mi futura pareja.
Lo veo aún sentado en una tarde de finales de mayo, un día caluroso que adelantaba un mes el verano. La cinturilla del feo pantalón de chándal se apretaba a una cintura perfecta a la que no le sobraba ni un gramo, dejando al aire el comienzo del corte inguinal; un vello castaño tirando a rubio, que cubría su abdomen dejando ver los pliegues de unos abdominales bonitos por naturaleza, no por esfuerzo, se arrebolaban alrededor de un ombligo redondo cuyo saliente, una bolita rosácea, dejaba intuir una antigua hernia. Su pecho era plano, con una aureola pequeña, con un pezón apenas dibujado, su cuello largo, y sus facciones marcadas. A través de unos labios que siempre llevaba húmedos, dejaba entrever unos dientes blancos, cuyos frontales estaban separados por un hueco. Unos ojos color miel, con un regusto verdoso brillaban cuando sonreía, no paraban de moverse, confesando la incomodidad que la reunión le causaba, sabiendo que siempre era así al principio, cuando se están construyendo nuevas amistades. Su pelo estaba crecido excepto por la parte del flequillo, por todos lados se asomaban picos de mechones, con algún que otro rizo, en un cabello castaño claro, que enmarcaban una cara joven con gran necesidad afectiva. Ese día todo salió bien, y con esta descripción es normal que acabáramos viviendo juntos.
Llevo sin escribir todo lo que llevamos de año, y es que últimamente he estado cambiando rutinas. Dejé de fumar tal y como me había propuesto, y no había intentado escribir porque sabía que iba a echar de menos mis caladas cuando no consigo encontrar una palabra determinada, o un sentido en especial. Esa parte romántica de fumar y escribir es algo a lo que aún me tenía que enfrentar, así que he necesitado cierto tiempo para fortalecerme.
Volví al gimnasio y aún estoy lleno de agujetas por todo el cuerpo, pero solo con empezar a entrenar me siento mejor conmigo mismo, mi cuerpo responde pronto, y me hace sentir que ya estoy en camino de volver a mi estado habitual. Desde que dejé de fumar también me siento más deportista, porque hacer deporte y fumar parece algo incompatible, desde que lo dejé me siento más coherente potenciando actividades saludables.
Estos días me he refugiado en casa, en mi habitual etapa de hibernación de esta época del año, no me apetece salir, no me apetece conocer gente, solo quiero estar calentito en casa, con Rocco (al que veis en la foto asustando a las gaviotas), viendo películas o series de tv (estoy enganchdo a Dexter); el sábado pasado, como hizo sol, me llevé a Rocco a la playa y estuve usándolo de modelo fotográfico. Tengo muy abandonada la fotografía, esta noche he soñado que estaba haciendo fotos y la cámara no respondía a las órdenes, como si no supiera utilizarla. Deben ser los remordimientos por no trabajar en ello.