30 diciembre 2010

¡Feliz 2010!


Parecería que me he equivocado en el número y estoy felicitando a todos por el nuevo año (aprovecho para felicitaros a todos por el nuevo año), pero no es eso lo que quiero hacer. Aunque sea exclamativo es una afirmación, feliz 2010, porque haciendo memoria del año que se acaba el resultado que me sale es que el 2010 está siendo un año feliz para mi.
Empecé el año un poco recluido en casa, como es normal en los primeros meses del año, me gusta refugiarme en casa y dedicarme a la vida contemplativa, leer, ver películas, estar en soledad y pensar mucho. Antes intentaba buscar el porqué de mi actitud en esas fechas, lo achacaba al desgaste de la segunda mitad del año, a haber salido mucho y necesitar un descanso, pero ahora ya sé que forma parte de mi biorritmo. Hace un par de días, un amigo de toda la vida que está acabando psicología, y que me conoce muy bien, me dijo que había encontrado la explicación a mi hibernación, y tiene nombre y apellidos: trastorno afectivo estacional. En épocas de menos luz solar cambian mis ritmos y me vuelvo más casero, estoy más cansado y solo me apetece recluirme, contrastando con la época veraniega en la que no paro en casa más que para dormir. Aunque tenga ese rimbombante nombre no he de preocuparme pues no es en realidad una enfermedad que haya que tratar. No me importa el nombre, ya me había dado cuenta yo por mi mismo de lo que ocurría, y hace tiempo que dejó de preocuparme mi hibernación, la asumo como puedo asumir que me gustan los guisantes con almendras que cocina mi madre.
En la primera parte del año me dediqué a mis entrenamientos, mi dieta alimentaria, a descansar y ahorrar lo máximo que pudiera, porque me imaginaba que en la segunda parte del año lo iba a necesitar. Y así fue. Aún resuena el timbre del teléfono con la llamada de mi amigo El Roce, quería planear las vacaciones de verano, y aún estábamos en marzo. A otro de nuestros amigos le habían concedido un curso durante una semana de agosto en Amsterdam, así que planeamos viajar allí, que además coincidía con el Orgullo, pero como los vuelos salían más baratos desde Barcelona, mejor pasábamos unos días en esta ciudad, que además coincidía con el Circuit. La otra parte de las vacaciones sería 10 días después de la vuelta de Amsterdam, pues queríamos ir a final de agosto a Mykonos, pero como los vuelos salían más baratos desde Roma, decidimos también pasar unos días en la capital italiana. Eso fue decidido en abril.
El inicio de la época estival no lo marcaría el primer día de playa, no, lo marcaría la semana del Orgullo en Madrid. Este año decidimos irnos de jueves a lunes, y ya el primer día (que pensábamos ir de tranqui) acabamos en la fiesta Turn off the light hasta las 6 de la madrugada. De ahí en adelante tengo una mezcla de recuerdos que cuesta trabajo deshilvanar. El viernes fuimos a la fiesta Supermartxé, que empezó por la tarde con una Pool Party (les ha dado por poner los nombres en inglés, que parece que suena más chic, pero es lo que llamaríamos una fiesta en la piscina, de toda la vida) y acabó a las 7 de la madrugada, esperando el autobús bajo la lluvia. Menos mal que Jose (al que acababa de conocer) me daba calorcito para no resfriarme. La manifestación fue como siempre, un arcoiris interminable, regado con muchas ganas de diversión, buena actitud por parte de todo el mundo, y su poquita reivindicación.
El domingo en la WE, conocí a un chico israelí (parecía que todo Tel Aviv estaba en Madrid, cabíamos al menos a un israelí por español) con el que estuve hasta que tomó el taxi que lo llevaría al aeropuerto a la mañana del día siguiente. Mantuvimos el contacto por Facebook y Skype, y me invitó a conocer su país. Yo ya tenía planeado todo un agosto de viajes, pero aprovechando el puente del Carmen me fui 5 días a Israel. Fue toda una experiencia vivir el contraste entre la religiosidad de Jerusalem y la apertura de Tel Aviv, estar en el muro de las lamentaciones, y por la noche ir a una discoteca cuyo código era ropa deportiva. Además, la comida era sabrosa, y tanto el chico que conocí como sus amigos eran muy acogedores. Una de las noches tuve una sensación extrañísima, de pronto me veía desde fuera (supongo que las cervezas ayudarían a ello) dentro de un coche, rodeado de 4 chicos israelíes, circulando por entre naves de una zona industrial buscando una fiesta, y pensaba, esto podría ser como en aquella película en que los vampiros invitaban a los mortales a una fiesta, y en algún momento sonaría la música clave para empezar la matanza.
A Barcelona llegamos el lunes por la noche, al día siguiente era la fiesta en el parque acuático, durante el día mucha piscina y toboganes, pero yo estaba acatarrado y no me apetecía en absoluto. Lo bueno comenzó por la tarde, cuando empezó a sonar el musicón en la piscina de olas, y estar allí rodeado de tanto tío bueno en bañador era como una celebración de la vida. A esas alturas ya nos sonaban caras de algunos chicos que nos habíamos encontrado en las fiestas de Madrid, y deduje que había un circuito gay internacional al que había llegado casi por casualidad. Lo mejor es que es fácil conocer gente, conoces a alguien que te presenta a sus amigos, tú le presentas los tuyos, y se va abriendo un círculo en el que al final acabas relacionándote con un montón de gente. Al encontrarme al guapísimo camarero del bar de la playa de Tel Aviv, parecía que el destino jugaba a enredar y tejer. Acabé la fiesta en la habitación del hotel de una pareja que acababa de conocer, nunca imaginé que me podría "enamorar" de dos personas al mismo tiempo, y con la misma intensidad. Ya no me quería ir a Amsterdam, pero no tenía más remedio. Planeamos un encuentro la pareja y yo para final del verano.
El primer día en Amsterdam hicimos turismo convencional, quedamos con Dimitris, un chico con el que El Roce tuvo un idilio el año anterior y que casualmente coincidía con nosotros. Como era la semana del Orgullo había más de dos fiestas por noche, y al final fuimos a Supermartxé. Allí conocí a un madrileño con el que fuimos de fiesta en fiesta, y nos facilitó conseguir entradas para Rapido, la fiesta por excelencia del orgullo holandés. No me la hubiera perdido por nada, una antigua iglesia convertida en discoteca, bailando en lo que había sido el altar, y plantas por arriba y por debajo llena de tíos en bañador. Hacía tanto calor allí dentro que nos habían advertido que había que dejar la ropa en el ropero y quedarte en pantalones cortos. No sabía que se podía sudar tanto. Lo de Amsterdam fue casi como Madrid, una mezcla de fiestas consecutivas, dormir, comer y más fiesta. Menos mal que el turismo ya lo había hecho en una visita anterior, si no, no hubiera visto más que los canales.
Después de unos días de descanso volvía a empezar todo. De Málaga a Madrid, pasábamos la noche de fiesta y temprano salíamos para Roma, allí ya tenía contactos que nos llevaron al Gay Village, pues en verano cierran todas las discotecas y abren una especie de centro de ocio al aire libre. Pasamos la noche de fiesta y al acabarse conocimos a una pareja que nos trajo de regreso a la ciudad (Gay Village estaba a las afueras), no nos conocíamos de nada, pero fueron muy amables. Por el camino me contaron que habían estado en Sevilla en la boda de un amigo, y de pronto enlacé ideas, mi amigo Kiko se casó en Sevilla con un italiano, les pregunto:" ¿no serán Kiko y Luca?" El conductor se volvió (y yo pensando "mira hacia adelante que nos la vamos a dar con cualquier monumento") con cara de sorprendido "si, ¿los conoces?", pues claro que los conozco, incluso en Amsterdam habíamos estado de fiesta en fiesta por casualidad. Este mundo es muy pequeño... Al día siguiente nos fuimos a la playa Mediterranea, en Ostia, que es la playa gay a la que van los romanos. Allí conocí a Francesco, que se iba a Mykonos al día siguiente a nosotros, y que había coincidido conmigo en Tel Aviv, aunque no nos habíamos visto. Cuando lo agregué a Facebook vi su foto con el camarero guapo de Tel Aviv con el que coincidí en Circuit. Por suerte, en Roma no hay mucha vida nocturna, lo que nos permitió hacer turismo al menos por dos días (aunque yo también conocía ya la ciudad). Cuando llegamos a Mykonos el reloj empezó a correr a toda velocidad, había que llegar a la playa antes de las 12 para conseguir hamacas, al Elysium antes de las 7 para poder ver la puesta de sol, luego había que cenar y salir, y otra vez a empezar. Volvimos a coincidir con Dimitris, que venía con Mixalis, un tío encantador y muy cariñoso, que a su vez aportó a Fran (un madrileño que hacía prácticas en Atenas), y poco a poco fuimos haciendo un grupito que en la última noche se convirtió en 12 o 14 chicos (empezamos 3). El Roce se dedicó a grabarnos en video y compuso el corto que comparto con vosotros.
Regreso a casa y depresión post-vacacional, al siguiente fin de semana Juan Carlos (que se ha echado novio) se va en coche a Madrid a visitarlo, y nos convence a El Roce y a mi a que vayamos con él (¿qué mejor forma de quitarse la depresión que volver a pegarnos unas cuantas fiestas?). Me parecía hasta inmoral, pero con la antigua (nueva para mi) filosofía de vida del Carpe Diem, decido no perderme nada de lo que pueda hacerme feliz y sobre todo, estar en compañía de mis amigos. Un fin de semana compartiendo con mis amigos de aquí, con mis amigos de allí y conociendo personas nuevas. ¿Cómo va a acabar esto? Pues llegó octubre y por prescripción médica me tengo que encerrar en casa. Y me dedico a leer todo lo que no había leído en el año, a ver todas las pelis que no había visto en el año, a dejarme cuidar, y a recibir el aprecio de mi familia y de los amigos y nuevos amigos que he ido conociendo. Un buen colofón a este año tan movido y en el que tanta felicidad he tenido.
Yo firmaba ya por un año como el que se acaba...


07 diciembre 2010

¡Oh, cómo hemos vivido!


El otoño va llegando a su fin, acaba de darse cuenta de ello, de ello y de que apenas ha podido disfrutar de ver cómo las hojas caen de los árboles. La mayor parte del otoño la está pasando encerrado en casa, sin salir, prescripción médica, no por decisión voluntaria ni el producto de un experimento.
Ha tenido tiempo de pensar, desde esa atalaya en la que se siente ha visto el sol ponerse, ha visto el cielo sin nubes, ha visto las nubes sin cielo, ha visto el agua salpicando los cristales a causa del viento, las copas de los árboles mecerlo en una nana con la intención de acurrucarlo en un abrazo maternal y sanador. Sana, sana, culito de rana, si no se te cura hoy...
Las pocas salidas al exterior, la mayoría cumpliendo con citas médicas, le han hecho mirar con nuevos ojos las cosas más simples. El ruido de los tubos de escape le ensordece, el rumor de la gente esperando en el centro de salud le marea, el aviso sonoro de la pantalla de los turnos le provoca ansiedad. Por la calle se fija en el abrigo blanco de una señora que, parada en la acera, charla con otras dos personas, sorprendido por una dosis de elegancia. Con los ojos acaricia cielos y nubes vistas desde el exterior, la luz produce sombras y juega a esquivarlas, el aire huele a limpio y a césped húmedo de una reciente lluvia.
Ha sentido la incomodidad que provocan las preguntas protocolarias necesarias para el diagnóstico y tratamiento. Por una vez siente en su piel la mirada acusadora de quien se cree que todo es teoría, y no tiene en cuenta que en la práctica nada es tan infalible; en ese momento se solidariza con todos los que alguna vez han sentido la discriminación por una enfermedad. Ha puesto el correspondiente lazo rojo en su perfil de facebook adhiriéndose a la conmemoración de la lucha contra el VIH. No tiene VIH, pero siente su causa como propia. Porque es de todos, de toda la sociedad al completo, la responsabilidad de entender que cualquiera que sea la enfermedad, el enfermo nunca es culpable de sufrirla, como tampoco lo es quien tiene gripe.
Pensó que iba a ser mucho más duro ese encerramiento, esa soledad corta para una vida, pero larga para una estación, inventándose tareas que pudieran desarrollarse desde el sofá o la cama. Se alimentó de libros, de series de televisión, de películas, de las llamadas de los amigos, de la visita de algún valiente inmune a su enfermedad; pero sobre todo se alimentó de sus recuerdos, de aquellos que sin esforzarse salían de la bolsa en la que los guardaba, como la que contenía sus canicas cuando era chico. Le envolvía una música estruendosa de ritmos fijos, miraba aquí y allí caras divertidas, cabezas moviéndose rítmicamente, cuerpos semidesnudos moldeados a base de pesa y batido, eufórico de sentirse arraigado en ese micromundo. Fotografiaba un mar de bicicletas aparcadas junto a los canales, entre los que paseaba con sus amigos bromeando y riéndose de nuevo como adolescentes. Se quedaba boquiabierto a la salida del metro frente a la cual se elevaba el Coliseo, iluminado en la noche, tras un largo día de playa. El alma se le conmovía en la terraza de aquel lujoso hotel, Elysium, desde la que admiraba al sol, tímido y moribundo, esconderse bajo el mar; en toda su vida el sol siempre se había escondido tras las montañas. Y esa luz mágica, que iluminaba los rostros y los engrandecía, se colaba a través de sus ojos mediante un halo que parecía entibiar su alma, cargándola de energía, fuerzas de la naturaleza que sintonizaban con él.
Sentía una imperiosa necesidad de tocar y ser tocado, de besar y ser besado, el contacto humano se convertía en una carencia nunca antes experimentada, pues a pesar de tener la posibilidad, debía evitarla evitando así contagios.
Recuerdos deshilachados que le mantenían con la esperanza de una pronta recuperación, para darle una nueva oportunidad de vivir nuevos recuerdos aún no recordados.