23 febrero 2011

The sound of goodbye



Subí a Madrid de improviso, el jueves noche lo decidí y el viernes me fui con mis amigos, que tenían planeado subir en coche. Nos conocimos en una fiesta a principios de agosto, se fijó en mi y su mirada insistente me hizo darme cuenta de su existencia. Me encontró por Facebook y estuvimos varias semanas enviándonos mensajes, como una historia romántica decimonónica. Sólo nos vimos unos minutos en persona, así que en realidad era un desconocido para mi. Le llamé por si tenía tiempo para un café, antes de irse a pasar el fin de semana con la familia:
-Holaaaa, ¿qué tal?
-Hola, pues aquí, en el Adidas de Fuencarral.
-¿Qué?
-Sí, que me he subido con mis amigos, que venían en coche. Pero no te montes la película, no te creas que me ha dado un flash y he venido a verte. He aprovechado el viaje para pegarme una juerga. Te llamo por si te queda tiempo para un café.
-¡Claro! Esperáme en Callao, en media hora.
Llegó en su scooter, nos saludamos y ya supe que me gustaba, por su forma de hablar, por su actitud y por algo tan tonto como llevar unas Nike de running. Tomamos café en el Starbucks de Fuencarral, sentados alrededor del árbol a la fresca sombra de una tarde de mediados de septiembre. Me acompañó de tiendas, y me contó que había pospuesto la visita familiar al día siguiente, así que quedamos para cenar. Antes de irse me dio un beso.
Me recogió en su moto, cenamos y me invitó a tomar el café a su casa. Lo preparó y lo llevamos al salón junto a unas rayas que había hecho.La coca nos hacía muy locuaces, no parábamos de hablar de las parejas de gays y de la apertura de las relaciones, de sus tempos. Entre sorbo de café y tirito, nos fuimos comiendo los labios, los cuellos, las orejas. Sin darnos cuenta estábamos enredados quitándonos las camisetas en el sofá, y un minuto después anudaba mi lengua a los rizos de su pectoral. Me encantaba su aroma, y mi nariz no paraba de hacer profundas inspiraciones deleitándose con ese perfume. Aún más cuando frotaba mi cara con su ropa interior, todavía puesta.
Acabamos con las rayas y trajo el bote, él sabía que era mi primera vez y que debía ir con cuidado conmigo. Sacó el gotero y dejó caer un chorrito en un vaso con Fanta, me lo tomé y a los pocos minutos empecé a sentir un enorme calor que me obligó a sentarme en el balcón a tomar el fresco. Cuando me sentí mejor volvimos al sofá y la intensidad de las sensaciones se multiplicó. Nos besábamos como bebe quien vaga por el desierto y se topa con un charco de agua, con ansiedad, con necesidad y premura, como si fuera un espejismo que en breve desaparecería. Nos frotábamos pecho con pecho, enroscando nuestros respectivos vellos con tanta fuerza que dolía y daba placer a la vez. Me decía, mientras veía como miraba mi cuerpo y mi desnudez: "qué morbazo tienes", y eso me calentaba aún más. Resfregábamos nuestros paquetes hasta hacernos daño, para luego comérsela a lo bruto, atragantándome y haciendo que él me marcara el ritmo poniendo sus manos en mi cabeza, pidiéndole que me forzara. En algún momento, a punto de corrernos, alguno decidió parar, porque era la hora de ir a la discoteca.
Había llamado para que nos pusieran en lista, así que entramos en Ohm, donde la media de edad era 25 años, aunque daba igual, no necesitábamos más compañía que un refresco, un chorrito de ghb y una columna donde escondernos y dejarnos llevar por las sensaciones. Bailábamos y nos besábamos, o al contrario, pero no podíamos parar de rozarnos, tocarnos, mordernos. Sonaba The sound of goodbye, mientras nos comíamos a besos y nos tocábamos más allá de lo políticamente correcto, y en ese momento sentía que el mundo era mío. No necesitaba más en la vida, esa era la idea del cielo para mi.
Llegó el momento de irnos a consumar lo que llevábamos horas preparando, antes de que nos detuvieran por escándalo público. Volvimos a su casa y allí nos lamimos de arriba abajo, nos chupamos con fuerza y ganas, nos mordimos y pellizcamos, nos besamos y en algún momento me penetró. Fue una penetración larga, sin aspavientos pero intensa, con buen ritmo. Mientras me cabalgaba me mordía la nuca, me comía los labios, la oreja, y se me erizaba la piel de placer, hasta que nos corrimos. Aún nos dio tiempo a dormir una hora antes de que tuviera que irse a visitar a su familia.
-Vuelvo el domingo por la tarde, no pagues hotel el domingo, quédate conmigo.
Yo, pillado por sorpresa, sabiendo que bajo los efectos de las drogas se dicen cosas de las que después uno se arrepiente le contesté:
-No sé, hablamos esta tarde por teléfono y lo decidimos cuando estemos más frescos.
Me gustó que no solo quisiera una noche de sexo conmigo.
A la vuelta en el coche mis amigos me preguntaron qué tal me había ido. Les contesté:
-Este tio tiene todo lo que me gusta: trabajo estable, casa propia (perfectamente ordenada, por cierto), saber estar, es masculino, divertido, atento, le gusta la fiesta pero no es un descerebrado, y tiene unas tetas que me encantan. Por suerte vive a 500 km de distancia, y tiene una relación tormentosa con su ex que me hace mantener los pies en la tierra. Porque ya conocéis mis superpoderes.