06 septiembre 2011

El dos de corazones


Tuve una historia corta allá por marzo/abril que me dejó un poco mudo. Por un lado, decidí no compartirla con la blogosfera pues me volví egoísta y la quise disfrutar yo solo. Por otro, pensé que quizás no compartiéndola tendría un resultado diferente. Me equivoqué en ambos casos, no la disfruté más (aunque sí mucho) y no resultó diferente a otras. Eso sí, produjo un cambio en mi.
Cuando se acabó me volví mudo, no quise abrir mis sentimientos ni siquiera a mis amigos porque apliqué la doctrina de cuanto más lo verbalice más se obsesiona uno y más alarga el proceso. Así que decidí no hablar de ello y neutralizar todo pensamiento relacionado. El resultado fue sorprendente. Se me hizo mucho más fácil que en ocasiones anteriores, pero el precio a pagar fue alto: dejar de sentir emociones.
Lo veo ahora, con la perspectiva que dan los meses, y la sensación de cambio de estación, de inicio de nuevo año lectivo, una suerte de fin de año "setembrero" en el que uno planifica lo que va a ser la temporada que no es verano. Todos los que me leéis sabéis ya que para mi el año se divide en dos: verano, y lo que no es verano. 
Llegué al comienzo de verano bastante mejor de lo que pensaba (físicamente, emocionalmente) y el Orgullo fue tal y como lo había imaginado, una sucesión de fiestas encadenadas en las que disfruté bailando. Pero faltó algo, no me relacioné fuera de mi círculo de amigos y, tampoco tuve ningún encuentro sexual. "¡Qué raro!", pensé en ese momento. Lo achaqué a lo reciente de mi ruptura y que ella había neutralizado mi líbido hasta hacerlo desaparecer. Pensé que sería estacional y me dispuse a disfrutar de Málaga en verano. Todo el mes de julio de playa echando de menos esas historias que solían sucederme, parece que este año todos los turistas son feos... Llegó agosto y nos fuimos a Barcelona a disfrutar del Circuit. Aquella playa (y fiestas) desde luego que no estaba llena de feos, pero me sentía igual que si lo fueran, no me apetece conocer a nadie, no tengo motivación para hacer el esfuerzo de entablar conversaciones que antes fluían sin pretenderlo. Me volví tal y como me fuí, solo que con algún kilo menos de peso... El verano ya estaba tocando a su fin, aunque quedaba la traca final, Mykonos.
Pensé que en Mykonos, lleno de chicos guapos, todo se animaría, pero resultó que no, que tampoco me animó aquello. No es que no percibiera la belleza o el atractivo en la gente, era más bien una especie de extenuación antes incluso de intentar un acercamiento. Una de las cosas que más motivan, al menos en mi caso, es la atracción y el deseo sexual, y si estos desaparecen, desaparece mi motivación. Así que volví a disfrutar de las fiestas y la música, de los amigos, pero no hice ningún amigo nuevo. Raro, raro, raro, porque el año pasado iba conociendo gente allá por donde caminaba.
Me planteé que mi físico podía haber cambiado, sí algo había cambiado, pero no estaba peor. Me planteé que mi mirada había perdido esa chispa que hacía a la gente acercarse a hablarme, y me di cuenta que mi mirada era hierática, como la de una estatua sin vida alguna. Lo sabía y no lo podía cambiar. Porque para cambiarlo tenía que volver a sentir emociones, esas que me había esforzado por neutralizar para que todo fuera más fácil. Y me pasó factura: no sentí nada, ni bueno ni malo. Más tranquilo he estado, desde luego, pero también mucho más aburrido. 
Regresé a Madrid desde Mykonos y la primera en la frente: sexo a tope con alguien que, sorprendentemente, me gustó mucho. A medida que estaba viviendo esas horas, disfrutaba de la recuperada y tan anhelada sexualidad, pero me molestaba conmigo mismo por no querer reconocer que esa persona me gustaba. Incluso dejé pasar momentos con él por no tomar la iniciativa reconociendo mi propio interés.
Y ya en el AVE de vuelta a casa, solo, con tiempo para profundizar en todo lo que había vivido (y lo que me faltó vivir este verano) me di cuenta de que uno puede controlar sus emociones tanto, que llega a olvidarse de ellas.
El verano agoniza y yo solo tengo ganas de tener novio. Sé que es muy estereotipado, pero este verano he tenido toda la libertad del mundo, y no me ha apetecido hacer nada con ella. Quizás haya acabado otra etapa, la de las fiestas, el sexo ocasional, la frivolidad.
Esta mañana, de camino a la oficina, me encontré esta carta de la baraja; consulté con mi gurú y me cuenta que es la carta del éxito en el amor, la del amor verdadero. Lo metafórico es que la arrojé al contenedor después de hacer la foto...