
Llevaba uno meses viviendo con Rafa a mis 21 años, recién emancipado me encapriché de tener perro, ya tenía la idea completa: sería una hembra de cocker spaniel, negra, y se llamaría Dita. A través de anuncios del periódico contactamos con unos vendedores en un pueblo de los alrededores, fuimos a comprarla Rafa (había decidido regalármela), Raúl y yo. Cuando vi la camada no tuve ninguna duda, me miró a los ojos con una mirada mezcla de curiosidad, bondad, alegría y la escogí de entre todos los cachorritos.
De camino a casa ella bautizó a Raúl, que la llevaba en brazos, ya que habíamos decidido que él fuera su padrino, haciéndose su primer pipí. Los primeros tiempos la alimentaba con papilla de 5 cereales de Nestle, como no podía bañarla ni sacarla a la calle hasta terminar con las vacunas, siempre la envolvía un aroma dulce de cachorro y papillas. Terminada la fase vacunación le dimos el primer baño, aún lo tengo grabado en vídeo, no le gustaba mucho el agua, y lloraba como si la estuvieran apaleando, pero como soy un sargento en cuanto a la educación se refiere, no tuvo más remedio que claudicar. Me enamoré de ella, no podía pasar mas de un puñado de horas sin verla, en algunos descansos del trabajo corría a casa para cerciorarme de que estaba bien, abría la puerta y ella venía a saludarme moviendo su culillo y yo respiraba tranquilo. Salía de marcha y no paraba de mirar el reloj, con ansiedad de regresar para estar con ella.
Desde su primer paseo me premió con un pipi en la calle, pues siempre había sido muy despierta, y en unos días ya estaba educada a hacer sus necesidades en la calle, hicera frío o calor, lluvia o viento, ella y yo salíamos de paseo, aunque solo fuera una salida higiénica. Sabía que mientras no la sacara a paseo se aguantaría, y no me relajaba hasta que la hubiera paseado.
Se casó felizmente con Byron, que era el cocker spaniel de Rafa, un perro elegante lleno de rizos, con aire aristocrático, pero ella nunca estuvo realmente enamorada. En realidad se enamoró del perro más feo de la ubanización, la podías ver subida a la terraza mirando hacia el jardín comunitario donde pulgui (el perro feo y comunitario) se sentaba a adorarla. En un descuido se fugó y le fue infiel a su marido, pero éste nunca se lo tuvo en cuenta. Después la cubrió como imponiendo sus derechos maritales, de cuyo fruto nacieron 5 cachorritos tan preciosos como ella. Aún tengo cerca dos de sus hijos.
Vivió mi primera separación, mi segunda soltería, luego mi segundo matrimonio, con Jorge se llevaba estupendamente, pues él es un enamorado de los animales, jugaba mucho con ella y la entrenaba en saltos y otros menesteres.
Vivió mi segunda separación y mi tercera soltería, los cambios de casa, mis épocas de hibernación y las de salidas continuas. Por muy buen plan que me surgiera, yo siempre volvía a casa, porque sabía que ella estaba allí, aguantándose y esperándome a que la sacara de paseo.
En mis vacaciones se iba con la abuela, no había cosa que le gustara más, pues ella la malcriaba dándole comida fuera de horas, y tapitas de york que a ella tanto le gustaba. Aún así, cuando la recogía no tenía ningún reparo en volverse conmigo, sabía que con la abuela eran vacaciones temporales, pero que su hogar estaba a mi lado.
Vivió mi tercera separación, recuerdo que la primera vez que Fernando entró en casa y la vio se puso a acariciarla, diciéndole "pero que linda que sos", y claro, ella sucumbió a esas palabras, le pasó como a su amo, no pudimos remediar enamorarnos como tontos. Esos años él se encargaba la mayoría de las veces del baño, de secarla y peinarla. ¡Quien no iba a adorar al chulazo que te dedica tiempo, te dice cosas lindas y te pone guapo!
Dicen que los perros se acaban pareciendo a sus amos, pero yo creo que es al revés, que sus amos toman cosas de sus perros, y casi podía ver reflejada en mi mirada la mirada de ella.
En cada mala época que pasaba estaba ella allí para estar a mi lado, y con solo cogerla en brazos y estrecharla me invadía una sensación de bienestar, de consuelo. En invierno me encantaba tumbarme en el sofá, subirla encima de mi y echarnos la siesta disfrutando del calorcillo que ella desprendía, sobre todo cuando me ponía bocaabajo y ella sobre mi espalda.
El fin de semana pasado la noté rara, estaba hinchada, y después de hacerle una ecografía me dijeron que no podían hacer nada por ella, a sus 15 años ya no podían intervenirla, que decidiera yo el momento de aplicarle la eutanasia. Siempre he apoyado la eutanasia, creo que hay que vivir con dignidad, y morir de igual forma. He necesitado unos días, y he presenciado un deterioro rápido, que me iba rompiendo por dentro, todo el día atento para saber si hacía sus necesidades, si comía o bebía, si caminaba o no, si se tambaleaba y perdía el equilibrio.
Lo difícil es escoger el momento, pues si todavía le quedan ganas de vivir no arrebatárselas, ni esperar a cuando ya esté sufriendo. Esta noche no ha dormido apenas, se la notaba incómoda sentada, tumbada, iba de acá para allá sin acabar de descansar, y esta mañana supe que era el momento adecuado. Ya no se tenía en pie, se caía, su mirada reflejaba la tristeza de una vida sin sentido, un cansancio de sufrimiento, y llamé a la veterinaria. Si esperaba al lunes iba a prolongar un fin de semana de sufrimientos, y tenía que hacerlo por ella, se lo debía a ella.
Salimos al último paseo, movía su cola con la antigua alegría, pero apenas podía caminar y se le doblaban las patitas. Aparqué junto a la clínica, y ya no quiso andar más, la tomé en brazos y entré, la veterinaria me saludó pero ya no pude hablar. Primero le puso el sedante, y me dejó a solas con ella, se fue durmiendo en mis brazos, mientras yo le cubría la cara de besos, ella tenía que sentir que no estaba sola, que su papá le acompañaba hasta el último instante, y así se fue durmiendo. Luego le pusieron la otra inyección, un líquido de color rojo que fue entrando poco a poco y que yo no podía evitar mirar, mientras le sujetaba la cabeza y la miraba a los ojos como antaño. Se durmió en un sueño enterno, dulce, reparador.
Por más que intentaba prepararme,no hay forma, pero al menos he tenido una semana para despedirme de ella. Duele, duele mucho, esta casa hoy está vacía, en cada rincón hay un recuerdo de ella, húmedo de mis lágrimas.