Él llega a la playa, camina por ella con su amigo buscando una parcelita donde extender sus toallas dispuestos a pasar un día extra de sol, un día con el que no contaba. Encuentra un espacio junto a un chico cuya cara le resulta familiar, donde finalmente acampan. Si va a estar unas cuantas horas en la playa siempre es mejor tener unas buenas vistas.
Tras la aplicación de la protección solar intenta relajarse, pero se da cuenta de que no lo consigue, sus ojos no pueden evitar posarse en su vecino de parcela, recuerda que lo ha visto antes, mucho antes, en esa misma playa, y siempre con la misma mirada de observador desconfiado, en actitud altiva.
El chico observado saca una manzana de su mochila y se la come a bocados, desde su posición puede oírlos, ¡crac!, suenan a fruta fresca y dientes fuertes. Se vuelve boacabajo, esforzándose en relajarse, una deliciosa sensación de morriña le envuelve y se va durmiendo en un sueño poco profundo, que le permite de vez en cuando abrir los ojos para constatar que el objeto de sus miradas sigue a su lado.
Entre sueños nota que su vecino se aplica protección solar en los hombros y en la parte de la espalda a la que consigue llegar, dejando un pegote de crema en el centro, piensa que le gustaría tener la decisión para levantarse y ofrecerse a aplicarle la crema en la espalda. Incluso se imagina la frase: "el domingo pasado me quemé la espalda por no tener quién me aplicara la crema, no me gustaría que te pasara a ti, ¿te ayudo?"
Finalmente, no se lanza, el otro termina de aplicarse su crema como puede y la deja, y él vuelve a su ensoñación y a robarle imágenes furtivas al compañero de sol.
Un rato más tarde, el otro se levanta y se mete en el mar, él no puede evitar espabilarse para disfrutar de todo su esplendor, y lo ve de pie, de espaldas entrando al agua. Piensa que tiene que ser muy valiente para meterse en un agua tan fría. A la vuelta, sigue disfrutando descaradamente de la silueta del chico, ahora con el bañador húmedo y la tela pegada a sus contornos, insinuando los volúmenes de deseo.
Al tumbarse, el chico extiende los brazos y los sacude repetidamente, y él se pregunta qué función tendrá ese gesto, pues no parece que se haya manchado de arena, y tampoco que quiera sacudirse las gotas de agua salada. Es algo que vuelve a repetir a lo largo de la tarde.
Después, el chico retoma el libro que tenía aparcado en la toalla, y lo lee tumbado bocaabajo con el bolígrafo en la mano, o en los labios según el momento, pero se fija en que tiene otro boli clavado en la arena, con la punta hacia arriba, algo que le desconcierta. Desde esa perspectiva no puede evitar como una tibia erección se apodera de él al ver cómo el bañador de su vecino queda justo por debajo de la cintura, mostrando el comienzo de su trasero, un culo redondo y apetecible, envuelto en un bañador celeste, tipo brasileño. Se imagina a si mismo acariciándolo, y esa evocación no le ayuda mucho con el problema de la erección, por lo que decide darse la vuelta poniéndose bocabajo.
En un momento se levanta, va hacia la orilla y toca el agua con los pies, está demasiado fría, sería incapaz de zambullirse, pero se da la vuelta y vuelve a mirar descaradamente a su vecino, éste, por una vez, le mantiene la mirada, una mirada intensa, quizás por no llevar las gafas que ha dejado en la toalla y que le impide ver con nitidez, pero esta vez no rehuye al contacto visual. Mantienen la mirada por unos segundos, él piensa que podría sonreírle para intentar romper el hielo y reunir valor para acercarse, pero finalmente desiste, no se ve invitado a hacerlo.
Más tarde, su compañero de sol empieza a recoger sus cosas, saca de su bolsa un llavero de Avis con las llaves del coche, lo que le hace pensar que es de alquiler, guarda su ropa interior en la mochila, con lo que sabe que no va a tener la suerte de verlo cambiar su bañador por la ropa interior. Se ajusta unas bermudas azul marino, clásicas, que le realzan el trasero que no ha podido dejar de mirar en toda la tarde, recoge su toalla y sus cosas y se va. Él se queda con la esperanza de que de tanto mirarlo, al menos le haga un gesto de despedida, pero tampoco, eso no ocurre, y se recrimina a si mismo ser tan tímido como para no acercarse e intentar conocer a ese chico misterioso que de cuando en cuando, a lo largo de los últimos años, ha aparecido en la playa y que no habla con nadie, ni nadie lo conoce.
Quizás otro día sea capaz de reunir el valor para presentarse, pero hoy no ha podido ser. ¿O quizás si? Quién sabe lo que deparan las casualidades.
Tras la aplicación de la protección solar intenta relajarse, pero se da cuenta de que no lo consigue, sus ojos no pueden evitar posarse en su vecino de parcela, recuerda que lo ha visto antes, mucho antes, en esa misma playa, y siempre con la misma mirada de observador desconfiado, en actitud altiva.
El chico observado saca una manzana de su mochila y se la come a bocados, desde su posición puede oírlos, ¡crac!, suenan a fruta fresca y dientes fuertes. Se vuelve boacabajo, esforzándose en relajarse, una deliciosa sensación de morriña le envuelve y se va durmiendo en un sueño poco profundo, que le permite de vez en cuando abrir los ojos para constatar que el objeto de sus miradas sigue a su lado.
Entre sueños nota que su vecino se aplica protección solar en los hombros y en la parte de la espalda a la que consigue llegar, dejando un pegote de crema en el centro, piensa que le gustaría tener la decisión para levantarse y ofrecerse a aplicarle la crema en la espalda. Incluso se imagina la frase: "el domingo pasado me quemé la espalda por no tener quién me aplicara la crema, no me gustaría que te pasara a ti, ¿te ayudo?"
Finalmente, no se lanza, el otro termina de aplicarse su crema como puede y la deja, y él vuelve a su ensoñación y a robarle imágenes furtivas al compañero de sol.
Un rato más tarde, el otro se levanta y se mete en el mar, él no puede evitar espabilarse para disfrutar de todo su esplendor, y lo ve de pie, de espaldas entrando al agua. Piensa que tiene que ser muy valiente para meterse en un agua tan fría. A la vuelta, sigue disfrutando descaradamente de la silueta del chico, ahora con el bañador húmedo y la tela pegada a sus contornos, insinuando los volúmenes de deseo.
Al tumbarse, el chico extiende los brazos y los sacude repetidamente, y él se pregunta qué función tendrá ese gesto, pues no parece que se haya manchado de arena, y tampoco que quiera sacudirse las gotas de agua salada. Es algo que vuelve a repetir a lo largo de la tarde.
Después, el chico retoma el libro que tenía aparcado en la toalla, y lo lee tumbado bocaabajo con el bolígrafo en la mano, o en los labios según el momento, pero se fija en que tiene otro boli clavado en la arena, con la punta hacia arriba, algo que le desconcierta. Desde esa perspectiva no puede evitar como una tibia erección se apodera de él al ver cómo el bañador de su vecino queda justo por debajo de la cintura, mostrando el comienzo de su trasero, un culo redondo y apetecible, envuelto en un bañador celeste, tipo brasileño. Se imagina a si mismo acariciándolo, y esa evocación no le ayuda mucho con el problema de la erección, por lo que decide darse la vuelta poniéndose bocabajo.
En un momento se levanta, va hacia la orilla y toca el agua con los pies, está demasiado fría, sería incapaz de zambullirse, pero se da la vuelta y vuelve a mirar descaradamente a su vecino, éste, por una vez, le mantiene la mirada, una mirada intensa, quizás por no llevar las gafas que ha dejado en la toalla y que le impide ver con nitidez, pero esta vez no rehuye al contacto visual. Mantienen la mirada por unos segundos, él piensa que podría sonreírle para intentar romper el hielo y reunir valor para acercarse, pero finalmente desiste, no se ve invitado a hacerlo.
Más tarde, su compañero de sol empieza a recoger sus cosas, saca de su bolsa un llavero de Avis con las llaves del coche, lo que le hace pensar que es de alquiler, guarda su ropa interior en la mochila, con lo que sabe que no va a tener la suerte de verlo cambiar su bañador por la ropa interior. Se ajusta unas bermudas azul marino, clásicas, que le realzan el trasero que no ha podido dejar de mirar en toda la tarde, recoge su toalla y sus cosas y se va. Él se queda con la esperanza de que de tanto mirarlo, al menos le haga un gesto de despedida, pero tampoco, eso no ocurre, y se recrimina a si mismo ser tan tímido como para no acercarse e intentar conocer a ese chico misterioso que de cuando en cuando, a lo largo de los últimos años, ha aparecido en la playa y que no habla con nadie, ni nadie lo conoce.
Quizás otro día sea capaz de reunir el valor para presentarse, pero hoy no ha podido ser. ¿O quizás si? Quién sabe lo que deparan las casualidades.