
No recuerdo cómo he llegado hasta aquí, ni lo que lo ha motivado, pero sé que tengo que seguir adelante, moverme, no me puedo quedar parado, aunque lo que me pide el cuerpo es dejarme caer en cualquier sitio, da igual la postura y la incomodidad, solo dejarme caer.
La luna me permite ver lo que tengo a pocos metros, corriendo hacia ella intento evitar hacer círculos, camino tambaleante entre plantas, troncos, arbustos, algunos me rozan las piernas, otros la cara, en algunas ocasiones consigo esquivar el golpe de una rama baja agachando la cabeza, pero la luz es tan tenue que difícilmente me alcanza para intentar no caerme con los obstáculos.
Nunca me ha gustado el bosque de noche, me atemoriza, no sé orientarme en él y me siento vulnerable, pero no tengo más remedio que seguir adelante sin saber dónde estoy ni a dónde me dirijo.
Sólo sé que estoy huyendo, huyendo de los ruídos de ramas quebrándose que oigo detrás de mi, hay alguien siguiéndome, observándome, quizás jugando conmigo mientras me ve intentar escapar de no sé qué situación.
No consigo mantener el ritmo de la respiración, y sé que eso es lo primordial para poder seguir adelante, por eso intento controlarla sin demasiados resultados. De pronto oigo el crujir de las ramas unos metros detrás de mi, me paro para intentar localizar el sitio exacto, y lo único que consigo oir en el silencio de la noche es el sonido de animales cuyos nombres desconozco, parece como si se estuvieran riendo de mi al verme tan torpe en su mundo cotidiano.
Grito, pregunto quién está ahí, qué es lo que quiere, contesta un silencio de ultratumba, los animales se han puesto de acuerdo para acallar sus risas.
Reanudo mi carrera, vuelvo a coger el ritmo y la respiración, sigo esquivando obstáculos en el suelo y en el aire, esas ramas que me arañan la cara, los hombros y el cuello. De pronto siento que el suelo desaparece bajo mis pies, y me agarro a un tronco que encuentro a mi lado, un pie me cuelga en el aire, la otra pierna aún se apoya en la tierra, flexionada, arañada por las piedras de alrededor.
Miro hacia abajo, solo un abismo de oscuridad es lo que me ofrece esta luna, y pienso un segundo dejarme caer por el abismo, el cansancio hace mella y sé que esa sería una salida fácil. Difícil decisión, dejarme caer y no pensar más, aferrarme más fuerte al tronco y seguir huyendo de aquello que me persigue, sin saber a dónde dirigirme...
La luna me permite ver lo que tengo a pocos metros, corriendo hacia ella intento evitar hacer círculos, camino tambaleante entre plantas, troncos, arbustos, algunos me rozan las piernas, otros la cara, en algunas ocasiones consigo esquivar el golpe de una rama baja agachando la cabeza, pero la luz es tan tenue que difícilmente me alcanza para intentar no caerme con los obstáculos.
Nunca me ha gustado el bosque de noche, me atemoriza, no sé orientarme en él y me siento vulnerable, pero no tengo más remedio que seguir adelante sin saber dónde estoy ni a dónde me dirijo.
Sólo sé que estoy huyendo, huyendo de los ruídos de ramas quebrándose que oigo detrás de mi, hay alguien siguiéndome, observándome, quizás jugando conmigo mientras me ve intentar escapar de no sé qué situación.
No consigo mantener el ritmo de la respiración, y sé que eso es lo primordial para poder seguir adelante, por eso intento controlarla sin demasiados resultados. De pronto oigo el crujir de las ramas unos metros detrás de mi, me paro para intentar localizar el sitio exacto, y lo único que consigo oir en el silencio de la noche es el sonido de animales cuyos nombres desconozco, parece como si se estuvieran riendo de mi al verme tan torpe en su mundo cotidiano.
Grito, pregunto quién está ahí, qué es lo que quiere, contesta un silencio de ultratumba, los animales se han puesto de acuerdo para acallar sus risas.
Reanudo mi carrera, vuelvo a coger el ritmo y la respiración, sigo esquivando obstáculos en el suelo y en el aire, esas ramas que me arañan la cara, los hombros y el cuello. De pronto siento que el suelo desaparece bajo mis pies, y me agarro a un tronco que encuentro a mi lado, un pie me cuelga en el aire, la otra pierna aún se apoya en la tierra, flexionada, arañada por las piedras de alrededor.
Miro hacia abajo, solo un abismo de oscuridad es lo que me ofrece esta luna, y pienso un segundo dejarme caer por el abismo, el cansancio hace mella y sé que esa sería una salida fácil. Difícil decisión, dejarme caer y no pensar más, aferrarme más fuerte al tronco y seguir huyendo de aquello que me persigue, sin saber a dónde dirigirme...