07 diciembre 2010

¡Oh, cómo hemos vivido!


El otoño va llegando a su fin, acaba de darse cuenta de ello, de ello y de que apenas ha podido disfrutar de ver cómo las hojas caen de los árboles. La mayor parte del otoño la está pasando encerrado en casa, sin salir, prescripción médica, no por decisión voluntaria ni el producto de un experimento.
Ha tenido tiempo de pensar, desde esa atalaya en la que se siente ha visto el sol ponerse, ha visto el cielo sin nubes, ha visto las nubes sin cielo, ha visto el agua salpicando los cristales a causa del viento, las copas de los árboles mecerlo en una nana con la intención de acurrucarlo en un abrazo maternal y sanador. Sana, sana, culito de rana, si no se te cura hoy...
Las pocas salidas al exterior, la mayoría cumpliendo con citas médicas, le han hecho mirar con nuevos ojos las cosas más simples. El ruido de los tubos de escape le ensordece, el rumor de la gente esperando en el centro de salud le marea, el aviso sonoro de la pantalla de los turnos le provoca ansiedad. Por la calle se fija en el abrigo blanco de una señora que, parada en la acera, charla con otras dos personas, sorprendido por una dosis de elegancia. Con los ojos acaricia cielos y nubes vistas desde el exterior, la luz produce sombras y juega a esquivarlas, el aire huele a limpio y a césped húmedo de una reciente lluvia.
Ha sentido la incomodidad que provocan las preguntas protocolarias necesarias para el diagnóstico y tratamiento. Por una vez siente en su piel la mirada acusadora de quien se cree que todo es teoría, y no tiene en cuenta que en la práctica nada es tan infalible; en ese momento se solidariza con todos los que alguna vez han sentido la discriminación por una enfermedad. Ha puesto el correspondiente lazo rojo en su perfil de facebook adhiriéndose a la conmemoración de la lucha contra el VIH. No tiene VIH, pero siente su causa como propia. Porque es de todos, de toda la sociedad al completo, la responsabilidad de entender que cualquiera que sea la enfermedad, el enfermo nunca es culpable de sufrirla, como tampoco lo es quien tiene gripe.
Pensó que iba a ser mucho más duro ese encerramiento, esa soledad corta para una vida, pero larga para una estación, inventándose tareas que pudieran desarrollarse desde el sofá o la cama. Se alimentó de libros, de series de televisión, de películas, de las llamadas de los amigos, de la visita de algún valiente inmune a su enfermedad; pero sobre todo se alimentó de sus recuerdos, de aquellos que sin esforzarse salían de la bolsa en la que los guardaba, como la que contenía sus canicas cuando era chico. Le envolvía una música estruendosa de ritmos fijos, miraba aquí y allí caras divertidas, cabezas moviéndose rítmicamente, cuerpos semidesnudos moldeados a base de pesa y batido, eufórico de sentirse arraigado en ese micromundo. Fotografiaba un mar de bicicletas aparcadas junto a los canales, entre los que paseaba con sus amigos bromeando y riéndose de nuevo como adolescentes. Se quedaba boquiabierto a la salida del metro frente a la cual se elevaba el Coliseo, iluminado en la noche, tras un largo día de playa. El alma se le conmovía en la terraza de aquel lujoso hotel, Elysium, desde la que admiraba al sol, tímido y moribundo, esconderse bajo el mar; en toda su vida el sol siempre se había escondido tras las montañas. Y esa luz mágica, que iluminaba los rostros y los engrandecía, se colaba a través de sus ojos mediante un halo que parecía entibiar su alma, cargándola de energía, fuerzas de la naturaleza que sintonizaban con él.
Sentía una imperiosa necesidad de tocar y ser tocado, de besar y ser besado, el contacto humano se convertía en una carencia nunca antes experimentada, pues a pesar de tener la posibilidad, debía evitarla evitando así contagios.
Recuerdos deshilachados que le mantenían con la esperanza de una pronta recuperación, para darle una nueva oportunidad de vivir nuevos recuerdos aún no recordados.

10 comentarios:

Stultifer dijo...

Hubo alguien que dijo: ¿Tose? Pues si tose es que aún vive.

Ernesto dijo...

Una vez tuve una baja de estas, de las largas y se hacen unas introspecciones personales que lo flipé. Muy recomendables.

theodore dijo...

Lo bonito que es eso de aislarse un rato cuando apetece, y lo difícil de aguantar que tiene que ser cuando no hay más remedio. Menos mal que tarde o temprano todo se arregla y la vida se extiende de nuevo ante uno en todo su esplendor. Esperemos que sea más temprano que tarde :-S

Qué bien lo cuentas tú y qué bien lo canta la Morrissey.

Besos.

Thiago dijo...

Adriano, cari....¡cuánto tiempo! Tanto que vine a tu blog pensando que era el otro Adrianos, y que había tuneado su blog.

me alegro que estés de vuelta después de ese periodo que cuentas de introspeccion y soledad.

Hay que pensar en que tenemos muchos recuerdos buenos y malos del pasado y que los recuerdos que aún no tenemos dle futuro serán igual: unos buenos y unos malos. Hay que dejarse contagiar, aunque sea de la chabacanería actual, no creo que haya que tener miedo al contagio, hay que arriesgarse a vivir como a todo lo demás. Creo que la grandeza del ser humano está en que siendo capaz de conocerse a si mismo y estar en relación con los demás, sea capaz de distinguir y de elegir lo que le conviene...

Pero encerrado en uno mismo, no hay posibilidad de elegir y acertar. En fin, que yo si he visto caer las hojas....¡como que todos los días la tengo que recoger en mi casa! jaaj


Bezos.

Ut dijo...

El encierro voluntario en casa puede ser curioso y a veces necesario. Tiempo para pensar, aclarar ideas o simplemente desconectar es la excusa perfecta.

Cuando el encierro es forzoso, como es el caso del personaje de la entrada de hoy, la cosa cambia porque si no sabes organizarte el tiempo puede pasar muy despacio y convertirse en un suplicio.

Espero que tu personaje se recupere pronto, que salga a la calle y respire el aire fresco, sienta la brisa en su rostro y no olvide lo que aprendió estando solo en casa y analizando las pequeñas cosas.

Un beso

UT

Sunion30 dijo...

...es esperar de nuevo y percibir olores que sabemos que existen pero que hemos dejado de sentirlos. Y siguiendo su ciclo, las primaveras nos recuerdan por qué existimos. Aunque a veces nos neguemos a aceptarlo.
Una abraçada.J.

Romek Dubczek dijo...

Esos pequeños periodos de enfermedad nos ayudan a ver lo grandes que son las cosas pequeñas y que tan desapercibidas pasan cuando estamos bien.
Un abrazo :)

Javier Muñiz dijo...

Hola, bello blog,preciosas entradas, te encontré en un blog común, si te gusta la poesía,te invito al mio,será un placer,es
http://ligerodeequipaje1875.blogspot.com/
muchas gracias,pasa buena tarde de martess,besos.

Silver's Moon dijo...

Siempre viene bien un parón, siiii vaaaale sé que cuando es forzoso en un rollo...peeeero...hay que pensar "si no hubiera estado malo, habría hecho un repaso de mi vida como éste? habría hecho el parón necesario para aclarar ideas, sentimientos y conceptos???" noooooo, lo más seguro es que no.

Así que al final, aunque pesada y latosa, la enfermedad tuvo su parte positiva ;)

Me alegra volver a leerte.

Un beso grande

Argax dijo...

Un descanso de humanidad puede ser muy bueno, aunque no sea elegido.
Además pudo traer los recuerdos buenos, pocas sombras se colaron en su prisión.

Un abrazo