Para el 5 de enero ya me había encargado de enviar la carta a los Reyes Magos con mucha antelación, pues siempre me gustó la comunicación epistolar, y he sido muy impaciente, por si acaso a los Reyes se le acumulaban tantas cartas que no puedieran leer la mía. En esa carta, todavía inocentemente, pedía para mi y para mis hermanos. Siempre me acordaba de pedir para los demás, en parte porque así los Reyes pensarían que era un niño de buenos sentimientos y me traerían más cosas, en parte porque no hubiera disfrutado tanto si algún miembro de la familia se hubiera quedado sin regalo. Lo extraño es que yo tengo un trauma con lo de pedir, no me gusta y aún me cuesta hacerlo, pero eso será tema para otro día.
En Nochebuena se disfrutaba de la familia, pero con los ojos puestos en las dos semanas que quedaban para la gran noche. En nochevieja entendía que era una noche para los adultos, mis dos hermanos mayores ya salían, y me contagiaban esa inquietud por escoger la ropa adecuada, por tomarse las uvas y salir pitando allá donde fueran a pasar la última noche del año.
Pero la noche del 5 era nuestra noche, la noche de los niños. Por fin había llegado ese día mágico en el que nuestros deseos se cumplían en mayor o menor medida, pero en la que siempre habían sorpresas y emoción.
Ese día se hacía largo, las horas no pasaban, y en el almuerzo ya no me entraba la comida de los nervios que se acrecentaban en mi interior. A la tarde nos llevaban a la cabalgata de Reyes, donde cogíamos todos los caramelos que pudiéramos, siempre pendiente de las ruedas de los tractores, no fueran a pisotearnos los pies o las manos. Hoy en día parece que los caramelos que lanzan, la mayoría esponsorizados por alguna marca, son pequeños y de los más corrientes del mercado, pero yo tengo el recuerdo de unos caramelos grandes y sabrosos, con piñones, con sabor a caramelo, a cola o a menta. No sé si el tamaño de los caramelos era el mismo, o al crecer yo me parecen más pequeños, pero seguro que eran muy peligrosos cuando te daban en la frente lanzados con todas las fuerzas del paje.
Después de la cabalgata pasábamos por la pastelería, donde mi madre ya había reservado unos cuantos merengues de esos que llevan plumas de colores (nunca me llamó la atención ni el merengue ni las plumas), y un gran roscón de reyes, bien relleno de nata. Volviamos a casa y, por supuesto, no podía cenar nada. Me habían inculcado la costumbre de limpiar los zapatos (en aquella época sólo teníamos un par, el de los domingos) y poner los de toda la familia junto a la ventana, antes de irnos a dormir. Los colocaba ordenados junto al balcón, empezando por los de mi padre, siguiendo con los de mi madre, detrás los nuestros, ordenados por edad. Ya era así de germánico cuando era pequeño. También dejábamos un tentempié para los Reyes, turrón del duro (porque el que más nos gustaba era el de Suchard, y nunca quedaba ni un resto para compartirlo con los Reyes).
Tenía la obsesión de irme a la cama cuanto antes, para dormirme y que la noche pasara rápido, muy rápido, y antes de rayar el día empezar a abrir los regalos.
De pequeño tenía fetichismo con las linternas, porque me imaginaba viviendo aventuras, investigando misterios del tipo de la colección de Los Cinco, y ahorraba dinero del desayuno para darme el capricho de comprar una pequeña linterna en la tienda de la esquina, Foto Ramos. La noche de Reyes la tenía preparada para que no fallaran las pilas, y me dormía con ella en la mesita de noche. En algún momento me despertaban los ruidos amortiguados del salón, pero no podía levantarme aunque casi me diera un síncope de los nervios, por si eran los Reyes, pues decían que si te levantabas y los veías, al años siguiente no te traían regalos. Cuando volvía a despertarme de madrugada, comprobando que el salón estaba en silencio, me levantaba sigilosamente, agarraba la linterna e intentaba despertar a mi hermano pequeño, al que la emoción no le impedía dormir a pierna suelta. Si no conseguía despertarlo, hacía mi recorrido en soledad, intentando ahogar la emoción cuando, iluminando con mi linternita, descubría que quello que había pedido con más fervor lo tenía dispuesto en el salón. Una vez volqué un caja, cuyo "buuummmm" retumbó por todo el piso, por lo que tuve que huir a mi cama, escuchando por el camino la voz de mi madre: "Vuelve a la cama, que hace demasiado frío para los regalos".
Sobre las 6 de la madrugada no aguantaba más, y acababa despertando a mi hermano para que juntos empezáramos a abrir los regalos, y a montar el barco pirata de los clics de famobil, o el fuerte, o aquello que cada año nos traían.
Durante ese largo proceso del montaje, buscaba los regalos de los demás, porque recibir regalos en exclusiva no me hubiera hecho feliz, y me alegraba muchísimo cuando en el zapato de mi madre encontraba alguna cajita bien envuelta,en la que solía haber alguna joyita. Entonces respiraba tranquilo, los Reyes se habían acordado de todos nosotros.
Este año ya he recibido algún que otro regalo por anticipado, y tengo otro pendiente por desenvolver, aunque lo haré el día 6 por la mañana, pero no tan temprano como cuando era niño. Aún me embarga la emoción de la noche de Reyes, aunque este año no les haya escrto ninguna carta.
En Nochebuena se disfrutaba de la familia, pero con los ojos puestos en las dos semanas que quedaban para la gran noche. En nochevieja entendía que era una noche para los adultos, mis dos hermanos mayores ya salían, y me contagiaban esa inquietud por escoger la ropa adecuada, por tomarse las uvas y salir pitando allá donde fueran a pasar la última noche del año.
Pero la noche del 5 era nuestra noche, la noche de los niños. Por fin había llegado ese día mágico en el que nuestros deseos se cumplían en mayor o menor medida, pero en la que siempre habían sorpresas y emoción.
Ese día se hacía largo, las horas no pasaban, y en el almuerzo ya no me entraba la comida de los nervios que se acrecentaban en mi interior. A la tarde nos llevaban a la cabalgata de Reyes, donde cogíamos todos los caramelos que pudiéramos, siempre pendiente de las ruedas de los tractores, no fueran a pisotearnos los pies o las manos. Hoy en día parece que los caramelos que lanzan, la mayoría esponsorizados por alguna marca, son pequeños y de los más corrientes del mercado, pero yo tengo el recuerdo de unos caramelos grandes y sabrosos, con piñones, con sabor a caramelo, a cola o a menta. No sé si el tamaño de los caramelos era el mismo, o al crecer yo me parecen más pequeños, pero seguro que eran muy peligrosos cuando te daban en la frente lanzados con todas las fuerzas del paje.
Después de la cabalgata pasábamos por la pastelería, donde mi madre ya había reservado unos cuantos merengues de esos que llevan plumas de colores (nunca me llamó la atención ni el merengue ni las plumas), y un gran roscón de reyes, bien relleno de nata. Volviamos a casa y, por supuesto, no podía cenar nada. Me habían inculcado la costumbre de limpiar los zapatos (en aquella época sólo teníamos un par, el de los domingos) y poner los de toda la familia junto a la ventana, antes de irnos a dormir. Los colocaba ordenados junto al balcón, empezando por los de mi padre, siguiendo con los de mi madre, detrás los nuestros, ordenados por edad. Ya era así de germánico cuando era pequeño. También dejábamos un tentempié para los Reyes, turrón del duro (porque el que más nos gustaba era el de Suchard, y nunca quedaba ni un resto para compartirlo con los Reyes).
Tenía la obsesión de irme a la cama cuanto antes, para dormirme y que la noche pasara rápido, muy rápido, y antes de rayar el día empezar a abrir los regalos.
De pequeño tenía fetichismo con las linternas, porque me imaginaba viviendo aventuras, investigando misterios del tipo de la colección de Los Cinco, y ahorraba dinero del desayuno para darme el capricho de comprar una pequeña linterna en la tienda de la esquina, Foto Ramos. La noche de Reyes la tenía preparada para que no fallaran las pilas, y me dormía con ella en la mesita de noche. En algún momento me despertaban los ruidos amortiguados del salón, pero no podía levantarme aunque casi me diera un síncope de los nervios, por si eran los Reyes, pues decían que si te levantabas y los veías, al años siguiente no te traían regalos. Cuando volvía a despertarme de madrugada, comprobando que el salón estaba en silencio, me levantaba sigilosamente, agarraba la linterna e intentaba despertar a mi hermano pequeño, al que la emoción no le impedía dormir a pierna suelta. Si no conseguía despertarlo, hacía mi recorrido en soledad, intentando ahogar la emoción cuando, iluminando con mi linternita, descubría que quello que había pedido con más fervor lo tenía dispuesto en el salón. Una vez volqué un caja, cuyo "buuummmm" retumbó por todo el piso, por lo que tuve que huir a mi cama, escuchando por el camino la voz de mi madre: "Vuelve a la cama, que hace demasiado frío para los regalos".
Sobre las 6 de la madrugada no aguantaba más, y acababa despertando a mi hermano para que juntos empezáramos a abrir los regalos, y a montar el barco pirata de los clics de famobil, o el fuerte, o aquello que cada año nos traían.
Durante ese largo proceso del montaje, buscaba los regalos de los demás, porque recibir regalos en exclusiva no me hubiera hecho feliz, y me alegraba muchísimo cuando en el zapato de mi madre encontraba alguna cajita bien envuelta,en la que solía haber alguna joyita. Entonces respiraba tranquilo, los Reyes se habían acordado de todos nosotros.
Este año ya he recibido algún que otro regalo por anticipado, y tengo otro pendiente por desenvolver, aunque lo haré el día 6 por la mañana, pero no tan temprano como cuando era niño. Aún me embarga la emoción de la noche de Reyes, aunque este año no les haya escrto ninguna carta.
1 comentario:
A mi lo que me embarga de emoción son tus palabras, que ya veo, que lo de parco en palabras ha quedado en el olvido... que emotivo y que recuerdos masa buenos, yo no tenía linterna, pero lo de las 6 de la mañana si que lo he experimentado alguna vez, mañana voy a casa de mis padres a ver todos los regalos envueltos bajo el árbol..y ver la cara de felicidad de mi madre de vernos a todos reunidos..eso me sigue haciendo FELIZ..
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