Después del gimnasio me llamó Andrew para que me fuera con él y Gerardo a pasar el día en Málaga. Gerardo vive en el Limonar, en un entorno preciosista, que remite a una Málaga novecentista, de arquitectura señorial y lujosa, pero a la vez sencilla y cercana. El plan era un paseo en bici a lo largo del Paseo Marítimo, y como yo no tengo bici (aún) iría con mis patines. Cargué el coche con los patines, la cámara, como le dije a Gerardo en cuanto descargué en su casa mis cosas: he venido con todos los juguetes de los Reyes Magos.
Tanto tiempo sin patinar, estuve a punto de matarme por las calles del barrio antes de llegar al paseo marítimo, pues no notaba las pendientes hasta que estaba lanzado por ellas, y lo peor, las rampas antideslizantes de cada esquina, en patines se convierten en una trampa mortal.
Una vez en el paseo marítimo, todo cambió, el suelo plano, mucho espacio para moverte y muchos tios buenorros haciendo deporte con los que me cruzaba, así no hay quien mantenga el equilibrio (el físico, para no caerme, y el emocional, para no caer a los pies de alguno). Un día soleado pero no caluroso, perfecto para tomar unas cuantas fotos y conseguir unas buenas agujetas en las piernas. Después de unas horas en patines ya no sentía dolor, en realidad, ya no sentía nada, de botas para abajo.
Después del paseo, unas cervecitas en un bar del Palo, a pie de playa, consiguieron hacerme replantear el significado de la felicidad, se puede ser feliz con tan poco: una buena compañía, un día hermoso, una cerveza fresquita.
Comida en casa de Gerardo, un puchero de los que te levantan la moral (y yo ya la tenía alta) y un rato de sofá y ordenador; lo que no ha conseguido Cotte lo va a conseguir Gerardo: que me pase de PC a Mac.
Tanto tiempo sin patinar, estuve a punto de matarme por las calles del barrio antes de llegar al paseo marítimo, pues no notaba las pendientes hasta que estaba lanzado por ellas, y lo peor, las rampas antideslizantes de cada esquina, en patines se convierten en una trampa mortal.
Una vez en el paseo marítimo, todo cambió, el suelo plano, mucho espacio para moverte y muchos tios buenorros haciendo deporte con los que me cruzaba, así no hay quien mantenga el equilibrio (el físico, para no caerme, y el emocional, para no caer a los pies de alguno). Un día soleado pero no caluroso, perfecto para tomar unas cuantas fotos y conseguir unas buenas agujetas en las piernas. Después de unas horas en patines ya no sentía dolor, en realidad, ya no sentía nada, de botas para abajo.
Después del paseo, unas cervecitas en un bar del Palo, a pie de playa, consiguieron hacerme replantear el significado de la felicidad, se puede ser feliz con tan poco: una buena compañía, un día hermoso, una cerveza fresquita.
Comida en casa de Gerardo, un puchero de los que te levantan la moral (y yo ya la tenía alta) y un rato de sofá y ordenador; lo que no ha conseguido Cotte lo va a conseguir Gerardo: que me pase de PC a Mac.
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